INFORME ESPECIAL
Sebastián Zurutuza - analista internacional
Este informe especial de InfoSUR, da cuenta de la situación actual por Malvinas y repasa la política menemista hacia las islas, que desemboca en la situación actual.
El atropello que el Reino Unido está llevando contra la soberanía argentina en las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur no es peregrino ni aislado. Esta vez, la agresión radica en la instalación de la plataforma petrolera Ocean Guardian en el área norte de Malvinas a cargo de la empresa británica Desire Petroleum. El objetivo: comenzar la fase de exploración y posterior extracción de hidrocarburos, en caso de que efectivamente se encuentren yacimientos. Debemos considerar que esto es parte de una “gran estrategia” que lleva años desarrollándose y cuyo objetivo es apoderarse de posibles e inmensas fuentes de recursos naturales a lo largo del corredor atlántico
Históricamente, y más aún desde la usurpación de 1833, el Reino Unido puso mayor atención sobre las islas como territorios de ultramar con un alto valor geoestratégico: soporte de la presencia colonial en el Atlántico Sur y plataforma de proyección de poder hacia la Antártida y el Pacífico a través de los pasos oceánicos. El interés de Londres se traduce en aspectos políticos, económicos y militares en torno a la también histórica geopolítica británica: el dominio oceánico y sus potencialidades.
Desde que derrotó a la potente Armada Española en el siglo XVII, Inglaterra desarrolló una “conciencia” marítima que estaba latente y que mantiene hasta hoy. La voluntad expansionista imperial, esa conciencia marítima y el condicionamiento de la coyuntura internacional nos colocan ante esta nueva y prepotente acción británica contra nuestra soberanía.
Escenario internacional Los recursos estratégicos no renovables se tornan escasos por el aumento de la demanda global de las naciones desarrolladas y de las que están creciendo. Alimentos, hidrocarburos y minerales suben sus precios –más allá de la baja temporal por la reciente crisis mundial especulativa- y vemos como se recomponen día a día, pese a las fluctuaciones que puedan presentar. Observamos un mundo en el cual los conflictos, crisis y guerras serán básicamente por los recursos. Las nuevas “líneas de fractura” no pasarán tanto por cuestiones limítrofes, ideológicas, culturales o “humanitarias”, que suenan como buenas excusas para ocultar la causa real: la necesidad de los países más fuertes de apoderarse de los ricos recursos de los más débiles. Un nuevo capítulo en la vieja historia del imperialismo y el colonialismo.
Estamos en un escenario signado por la competencia violenta, la supervivencia y la incertidumbre. El “momento multipolar” que se está generando a causa de la pérdida gradual de hegemonía de las potencias tradicionales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, etc.) nos muestra a otros actores con proyección global y regional (China, Rusia, India, Brasil) e incluso a algunos que desafían el mandato angloamericano (Irán, Venezuela, Corea del Norte, Bielorusia, etc.) junto a actores supranacionales (bloques de poder regional) y subnacionales (grupos de resistencia político-sociales) que reconfiguran todo el sistema.
Por ello, las potencias tradicionales intentan asegurarse las fuentes de energía que se encuentran en territorios susceptibles de su influencia, intervención y/o control, y que necesitan para mantener su hegemonía: el Golfo Pérsico, sur de Asia Central, América Latina y el Atlántico Sudoccidental. Lo vimos con las “guerras por los recursos” desatadas desde los tempranos ´90 por parte de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente y acentuadas a partir del 11-S, incluyendo la intervención en América Latina, como ocurrió en Venezuela –enclave hidrocarburífero- en abril del 2002.
Pero esas potencias también encuentran “obstáculos” para desarrollar su estrategia: estados más débiles que defienden lo suyo como pueden (guerra asimétrica), grupos de resistencia locales, gobiernos poco dispuestos a entregar su patrimonio y territorios bajo disputa por soberanía, como en el caso de Malvinas.
Una política fallida y una agresión sostenida Con la llegada de Carlos Menem a la presidencia, la política en torno a Malvinas fue reactivada mediante las Declaraciones de Madrid (1989/1990). Estos acuerdos buscaban el reestablecimiento de las relaciones bilaterales, rotas por la guerra de 1982 y poder avanzar en temas “prácticos” del Atlántico Sur (explotación de recursos, seguridad militar, comunicaciones) La idea era generar un supuesto clima de confianza para tratar el tema de fondo: la disputa de la soberanía, “de cara al futuro” según el mismo Menem. La Declaración de 1989 incluía la fórmula de soberanía o “paraguas”. Este artificio jurídico salvaguardaba –y aislaba- el reclamo argentino de esos temas prácticos y accesorios en la zona disputada. Y, lógicamente, generó el congelamiento indefinido de la negociación bilateral por la soberanía, que quedaba al margen de cualquier otro tema contingente.
Gran Bretaña salió favorecida, ya que contaba con el dominio efectivo del territorio. La crudeza del hecho consumado hacía pedazos la “salvaguarda” de los derechos argentinos y sacaba de la escena a la cuestión principal: resolver el tema de la soberanía.
¿Por qué el menemismo promovió esta política? Negocios. La Rosada buscaba insertarse en los flujos financieros globales y acceder a créditos e inversiones para solventar el programa menemista. Y esto no era posible sin reestablecer las relaciones con una potencia euro-occidental, principal aliada de Estados Unidos y miembro de la OTAN. Para el gobierno, la cuestión de la soberanía podía esperar. Ahora había que conseguir inversiones, brindar “seguridad jurídica” –las Declaraciones de Madrid mencionan acuerdos de protección mutua de inversiones- y cuadrarse en el Nuevo Orden neoliberal timoneado por Estados Unidos y sus aliados. Al poco tiempo, el ex Canciller Guido Di Tella lanzaría su “política de seducción” hacia los isleños.
Esta conducta demostró la sumisión y debilidad que Londres necesitaba para avanzar la Resolución de la Asamblea General de la ONU 31/49 (XXXI) que insta a las partes a abstenerse de introducir modificaciones unilaterales en la situación. La instalación de la plataforma Ocean Guardian es un claro efecto, junto a la otorgación de licencias a las empresas Falkland Oil and Gas Limited (FOGL), Rockhopper Exploration y Borders & Southern Petroleum para explorar y extraer recursos a la sombra del hecho consumado.
En este panorama hay que destacar la cuestión militar. La base conjunta de Puerto Argentino transformó a las islas en una verdadera fortaleza equipada con dispositivos de defensa de alta performance: fragatas misilísticas, defensas antiaéreas de medio y corto alcance, aviones caza de última generación, más de 1500 efectivos con actualización constante del material. Y un doble objetivo: fortalecer la presencia militar en las islas y las aguas circundantes, y proyectar poder sobre el Atlántico Sudoccidental, como lo prueba un informe presentado por el Subcomité de Seguridad y Defensa del Parlamento Europeo (2009).
Detrás de esto está el reaseguro de las posibles reservas de hidrocarburos y demás recursos estratégicos. El fantasma guerrerista sobrevoló a través de las declaraciones de Gordon Brown, deseando “que la disputa no escale al nivel de una confrontación militar”.
Las Malvinas han sido re-jerarquizadas en el pensamiento geoestratégico inglés. En 2009 Londres presentó ante la ONU la ampliación de la plataforma continental submarina de las islas, conforme a la Convención Internacional de los Derechos del Mar (CONVEMAR) que si bien será desestimada por existir una disputa con Argentina, sienta un precedente notable. Dentro de esa “gran estrategia” se cuentan otros territorios de ultramar en la cuenca atlántica: el islote Hatton Rockall (Atlántico Norte) cuyo subsuelo es rico en gas y petróleo, y es disputado con Islandia y las Islas Faroe, y las islas Santa Helena y Ascensión (Atlántico Central) que Brasil también reclama. Sobre todos estos territorios Londres presentó la ampliación de la plataforma continental en 2009.
A todas luces, los territorios de ultramar bajo control británico adquieren una nueva dimensión y se transforman en potenciales “almacenes” de recursos. El British Geological Observatory estima que en la cuenca norte de Malvinas -una de las zonas donde opera Desire Petroleum- podría existir un potencial de 100 mil millones de barriles de crudo, sobre un total posible de 6 billones. No cuesta imaginar el efecto si esa cantidad fuese efectiva y estuviera bajo dominio argentina.
Históricamente, y más aún desde la usurpación de 1833, el Reino Unido puso mayor atención sobre las islas como territorios de ultramar con un alto valor geoestratégico: soporte de la presencia colonial en el Atlántico Sur y plataforma de proyección de poder hacia la Antártida y el Pacífico a través de los pasos oceánicos. El interés de Londres se traduce en aspectos políticos, económicos y militares en torno a la también histórica geopolítica británica: el dominio oceánico y sus potencialidades.
Desde que derrotó a la potente Armada Española en el siglo XVII, Inglaterra desarrolló una “conciencia” marítima que estaba latente y que mantiene hasta hoy. La voluntad expansionista imperial, esa conciencia marítima y el condicionamiento de la coyuntura internacional nos colocan ante esta nueva y prepotente acción británica contra nuestra soberanía.
Escenario internacional Los recursos estratégicos no renovables se tornan escasos por el aumento de la demanda global de las naciones desarrolladas y de las que están creciendo. Alimentos, hidrocarburos y minerales suben sus precios –más allá de la baja temporal por la reciente crisis mundial especulativa- y vemos como se recomponen día a día, pese a las fluctuaciones que puedan presentar. Observamos un mundo en el cual los conflictos, crisis y guerras serán básicamente por los recursos. Las nuevas “líneas de fractura” no pasarán tanto por cuestiones limítrofes, ideológicas, culturales o “humanitarias”, que suenan como buenas excusas para ocultar la causa real: la necesidad de los países más fuertes de apoderarse de los ricos recursos de los más débiles. Un nuevo capítulo en la vieja historia del imperialismo y el colonialismo.
Estamos en un escenario signado por la competencia violenta, la supervivencia y la incertidumbre. El “momento multipolar” que se está generando a causa de la pérdida gradual de hegemonía de las potencias tradicionales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, etc.) nos muestra a otros actores con proyección global y regional (China, Rusia, India, Brasil) e incluso a algunos que desafían el mandato angloamericano (Irán, Venezuela, Corea del Norte, Bielorusia, etc.) junto a actores supranacionales (bloques de poder regional) y subnacionales (grupos de resistencia político-sociales) que reconfiguran todo el sistema.
Por ello, las potencias tradicionales intentan asegurarse las fuentes de energía que se encuentran en territorios susceptibles de su influencia, intervención y/o control, y que necesitan para mantener su hegemonía: el Golfo Pérsico, sur de Asia Central, América Latina y el Atlántico Sudoccidental. Lo vimos con las “guerras por los recursos” desatadas desde los tempranos ´90 por parte de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente y acentuadas a partir del 11-S, incluyendo la intervención en América Latina, como ocurrió en Venezuela –enclave hidrocarburífero- en abril del 2002.
Pero esas potencias también encuentran “obstáculos” para desarrollar su estrategia: estados más débiles que defienden lo suyo como pueden (guerra asimétrica), grupos de resistencia locales, gobiernos poco dispuestos a entregar su patrimonio y territorios bajo disputa por soberanía, como en el caso de Malvinas.
Una política fallida y una agresión sostenida Con la llegada de Carlos Menem a la presidencia, la política en torno a Malvinas fue reactivada mediante las Declaraciones de Madrid (1989/1990). Estos acuerdos buscaban el reestablecimiento de las relaciones bilaterales, rotas por la guerra de 1982 y poder avanzar en temas “prácticos” del Atlántico Sur (explotación de recursos, seguridad militar, comunicaciones) La idea era generar un supuesto clima de confianza para tratar el tema de fondo: la disputa de la soberanía, “de cara al futuro” según el mismo Menem. La Declaración de 1989 incluía la fórmula de soberanía o “paraguas”. Este artificio jurídico salvaguardaba –y aislaba- el reclamo argentino de esos temas prácticos y accesorios en la zona disputada. Y, lógicamente, generó el congelamiento indefinido de la negociación bilateral por la soberanía, que quedaba al margen de cualquier otro tema contingente.
Gran Bretaña salió favorecida, ya que contaba con el dominio efectivo del territorio. La crudeza del hecho consumado hacía pedazos la “salvaguarda” de los derechos argentinos y sacaba de la escena a la cuestión principal: resolver el tema de la soberanía.
¿Por qué el menemismo promovió esta política? Negocios. La Rosada buscaba insertarse en los flujos financieros globales y acceder a créditos e inversiones para solventar el programa menemista. Y esto no era posible sin reestablecer las relaciones con una potencia euro-occidental, principal aliada de Estados Unidos y miembro de la OTAN. Para el gobierno, la cuestión de la soberanía podía esperar. Ahora había que conseguir inversiones, brindar “seguridad jurídica” –las Declaraciones de Madrid mencionan acuerdos de protección mutua de inversiones- y cuadrarse en el Nuevo Orden neoliberal timoneado por Estados Unidos y sus aliados. Al poco tiempo, el ex Canciller Guido Di Tella lanzaría su “política de seducción” hacia los isleños.
Esta conducta demostró la sumisión y debilidad que Londres necesitaba para avanzar la Resolución de la Asamblea General de la ONU 31/49 (XXXI) que insta a las partes a abstenerse de introducir modificaciones unilaterales en la situación. La instalación de la plataforma Ocean Guardian es un claro efecto, junto a la otorgación de licencias a las empresas Falkland Oil and Gas Limited (FOGL), Rockhopper Exploration y Borders & Southern Petroleum para explorar y extraer recursos a la sombra del hecho consumado.
En este panorama hay que destacar la cuestión militar. La base conjunta de Puerto Argentino transformó a las islas en una verdadera fortaleza equipada con dispositivos de defensa de alta performance: fragatas misilísticas, defensas antiaéreas de medio y corto alcance, aviones caza de última generación, más de 1500 efectivos con actualización constante del material. Y un doble objetivo: fortalecer la presencia militar en las islas y las aguas circundantes, y proyectar poder sobre el Atlántico Sudoccidental, como lo prueba un informe presentado por el Subcomité de Seguridad y Defensa del Parlamento Europeo (2009).
Detrás de esto está el reaseguro de las posibles reservas de hidrocarburos y demás recursos estratégicos. El fantasma guerrerista sobrevoló a través de las declaraciones de Gordon Brown, deseando “que la disputa no escale al nivel de una confrontación militar”.
Las Malvinas han sido re-jerarquizadas en el pensamiento geoestratégico inglés. En 2009 Londres presentó ante la ONU la ampliación de la plataforma continental submarina de las islas, conforme a la Convención Internacional de los Derechos del Mar (CONVEMAR) que si bien será desestimada por existir una disputa con Argentina, sienta un precedente notable. Dentro de esa “gran estrategia” se cuentan otros territorios de ultramar en la cuenca atlántica: el islote Hatton Rockall (Atlántico Norte) cuyo subsuelo es rico en gas y petróleo, y es disputado con Islandia y las Islas Faroe, y las islas Santa Helena y Ascensión (Atlántico Central) que Brasil también reclama. Sobre todos estos territorios Londres presentó la ampliación de la plataforma continental en 2009.
A todas luces, los territorios de ultramar bajo control británico adquieren una nueva dimensión y se transforman en potenciales “almacenes” de recursos. El British Geological Observatory estima que en la cuenca norte de Malvinas -una de las zonas donde opera Desire Petroleum- podría existir un potencial de 100 mil millones de barriles de crudo, sobre un total posible de 6 billones. No cuesta imaginar el efecto si esa cantidad fuese efectiva y estuviera bajo dominio argentina.
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