Por Eladio Tate Martínez Proyecto Sur Vicente López
Operación Masacre fue el justo nombre que mereció este insólito operativo policial ocurrido en la madrugada del 10 de junio 1956, por obra del Teniente Coronel Desiderio Fernández Suárez, Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Todo lo acontecido esa noche de José León Suárez conformo un cuadro especial sin antecedentes. Pero 18 años mas tarde, uno de esos sobrevivientes – Julio Troxler – volvería a repetir la instancia, aunque en otro escenario y con otra derivación. Es que en la mañana del 20 de septiembre de 1974, el hombre caía acribillado a balazos por la AAA.
En un modesto departamento de la localidad de Florida, varios hombres se han reunido a escuchar la pelea. Sólo alguno de ellos están enterados de la intentona y participan de ella. Todos aparentan tranquilidad. Pero alrededor de las 11 de noche oyen el grito ¡la policía!...veinte agentes de la Comisaría 2ª de Florida los sacan a empellones de la casa y los obligan a subir a un colectivo de la línea 19. Pocos entienden lo que pasa, casi todos son modestos trabajadores, pequeños comerciantes, obreros. En la Unidad Regional de San Martín, se irán enterando poco a poco del motivo por el que los han detenido; los interrogatorios tienen todos un mismo propósito quieren que digan donde está el General Tanco, algunos de ellos es la primera vez que oyen ese nombre.
¡A esos detenidos de San Martín que los lleven a un descampado y que los fusilen!...la orden del Teniente Coronel Desiderio Fernández Suárez no admite dilaciones. Es apenas el comienzo de la historia sangrienta que se consumara horas más tarde en esa helada madrugada del 10 de junio de 1956. Pero la mayoría de los argentinos ignora lo que está ocurriendo. Esa noche la pelea por el título Sudamericano de box ha acaparado la atención de la mayoría de la población. Sin embargo los pocos transeúntes que a esa hora recorren las calles de Avellaneda escucharon varios disparos de armas de fuego; son los rebeldes peronistas que responden a las órdenes de Valle y Tanco y que en las inmediaciones del Comando de la Segunda Región Militar se tirotean con la policía. Momentos antes, en Campo de Mayo los coroneles Cortínez e Ibazeta se han apoderado de la Escuela de suboficiales, pero han sido derrotados después de un breve tiroteo.
La sublevación ha estallado…Las acciones se suceden rápidamente, dieciocho civiles y dos militares son fusilados, tras fracasar en su intento de copar la Escuela Industrial de Avellaneda y instalar allí el comando de Valle y una emisora clandestina.
En el Regimiento 7 el capitán Morganti se rebela con sus hombres. Varias centrales telefónicas de La Plata caen en poder de los grupos civiles. Tanques Sherman y camiones con tropas recorren a la carrera las calles de la ciudad; se detendrán ante el Departamento de Policía y allí el enfrentamiento dejará un saldo de 6 muertos y 20 heridos.
A las 3 de la madrugada, el contralmirante Isaac Rojas leerá por la red nacional de radiodifusión una proclama en la que anuncia que la Revolución Libertadora cumplirá inexorablemente sus fines. El país se halla bajo el imperio de la ley marcial.
El celular tomó por la ruta 8 hacia José León Suárez. Iba fuertemente custodiado y en su interior viajaban doce hombres que habían sido sorprendidos jugando al truco y escuchando por radio uno de los memorables combates del zurdo Lausse. A llegar a unos basurales los presos son obligados a descender y caminar por el asfalto. Los faros de un automovil que sigue de cerca al grupo, en el cual viajan altas autoridades policiales alumbran sus espaldas. Uno dice -¡NOS VAN A MATAR!- A todos les corre un hormigueo de angustia por la espina dorsal pero prefieren no creer en las palabras del compañero amedrentado. Poco después, sin embargo el pesimismo se apodera de ellos. Es que alguien desde las sombras que bordean al basural da una orden seca, tajante -¡CORRAN HACIA EL CAMPO!-…Poco después del mismo lado parte otro grito -¡TIREN!-…Entonces los viejos fusiles policiales de fin de siglo dejan de oír su letal sonido. Algunos hombres corren, otros caen heridos, los más imploran que los dejen vivir.
Es la caza del hombre y en la caza del hombre hay desorganización. varios logran escapar, otros quedan malheridos. Los más desgraciados tienen demasiadas balas en el para aspirar a la vida. Antes de partir, los policías –nerviosos- efectúan un veloz recuento. Allí alguien se mueve. Se llama Juan Carlos Livraga y el cabo Albornoz desde el automóvil le descerraja un tiro de pistola en la cara. El policía cree que está muerto, lo descuenta ya que ni siquiera se baja para comprobar su acción. Por eso mucho tiempo después se enterará que su víctima no murió– el disparo solo le había partido la mandíbula. En un charco de sangre otro hombre Horacio Di Chiano, está quiero pero vivo, aunque lo dan por muerto. Otros, Miguel Ángel Giunta, Norberto Gavino, Reynaldo Benavidez y Julio Troxler logran escapar.
Los policías se van, dejando –entre sangre y basura putrefacta- cinco cadáveres: Carlos Lizaso, estudiantes, 21 años; Nicolás Carranza obrero ferroviario; Francisco Garibotti obrero ferroviario; Mario Brión empleado de comercio y Vicente Rodríguez, portuario.
El día de su asesinato, viernes 20 de septiembre, Troxler salió de su casa en Florida a las 10 de la mañana. En el bar Murky de Avenida San Martín y Maipú charló con un amigo –Miguel Garaycochea, militante revolucionario, desaparecido vecino de Florida-, hasta las 11:30. Después ese mismo amigo lo llevó en su auto hasta la Avenida Figueroa Alcorta y Pampa, su intención era tomar el colectivo 130. Nunca se sabrá si llegó a hacerlo o no, allí se pierden sus rastros…
Cuarenta y cinco minutos más tarde en un laberinto de Barracas en el pasaje Rico al 700, junto al paredón del Ferrocarril Roca, ingresó un Peugeot 504 negro con cuatro hombres en su interior, tras avanzar unos 60 metros el vehículo se detuvo en medio de la calzada. Tres de sus ocupantes obligaron al cuarto a bajar y le ordenaron caminar hacia la calle Suárez, en el mismo sentido que circulaba el auto.
¡A esos detenidos de San Martín que los lleven a un descampado y que los fusilen!...la orden del Teniente Coronel Desiderio Fernández Suárez no admite dilaciones. Es apenas el comienzo de la historia sangrienta que se consumara horas más tarde en esa helada madrugada del 10 de junio de 1956. Pero la mayoría de los argentinos ignora lo que está ocurriendo. Esa noche la pelea por el título Sudamericano de box ha acaparado la atención de la mayoría de la población. Sin embargo los pocos transeúntes que a esa hora recorren las calles de Avellaneda escucharon varios disparos de armas de fuego; son los rebeldes peronistas que responden a las órdenes de Valle y Tanco y que en las inmediaciones del Comando de la Segunda Región Militar se tirotean con la policía. Momentos antes, en Campo de Mayo los coroneles Cortínez e Ibazeta se han apoderado de la Escuela de suboficiales, pero han sido derrotados después de un breve tiroteo.
La sublevación ha estallado…Las acciones se suceden rápidamente, dieciocho civiles y dos militares son fusilados, tras fracasar en su intento de copar la Escuela Industrial de Avellaneda y instalar allí el comando de Valle y una emisora clandestina.
En el Regimiento 7 el capitán Morganti se rebela con sus hombres. Varias centrales telefónicas de La Plata caen en poder de los grupos civiles. Tanques Sherman y camiones con tropas recorren a la carrera las calles de la ciudad; se detendrán ante el Departamento de Policía y allí el enfrentamiento dejará un saldo de 6 muertos y 20 heridos.
A las 3 de la madrugada, el contralmirante Isaac Rojas leerá por la red nacional de radiodifusión una proclama en la que anuncia que la Revolución Libertadora cumplirá inexorablemente sus fines. El país se halla bajo el imperio de la ley marcial.
El celular tomó por la ruta 8 hacia José León Suárez. Iba fuertemente custodiado y en su interior viajaban doce hombres que habían sido sorprendidos jugando al truco y escuchando por radio uno de los memorables combates del zurdo Lausse. A llegar a unos basurales los presos son obligados a descender y caminar por el asfalto. Los faros de un automovil que sigue de cerca al grupo, en el cual viajan altas autoridades policiales alumbran sus espaldas. Uno dice -¡NOS VAN A MATAR!- A todos les corre un hormigueo de angustia por la espina dorsal pero prefieren no creer en las palabras del compañero amedrentado. Poco después, sin embargo el pesimismo se apodera de ellos. Es que alguien desde las sombras que bordean al basural da una orden seca, tajante -¡CORRAN HACIA EL CAMPO!-…Poco después del mismo lado parte otro grito -¡TIREN!-…Entonces los viejos fusiles policiales de fin de siglo dejan de oír su letal sonido. Algunos hombres corren, otros caen heridos, los más imploran que los dejen vivir.
Es la caza del hombre y en la caza del hombre hay desorganización. varios logran escapar, otros quedan malheridos. Los más desgraciados tienen demasiadas balas en el para aspirar a la vida. Antes de partir, los policías –nerviosos- efectúan un veloz recuento. Allí alguien se mueve. Se llama Juan Carlos Livraga y el cabo Albornoz desde el automóvil le descerraja un tiro de pistola en la cara. El policía cree que está muerto, lo descuenta ya que ni siquiera se baja para comprobar su acción. Por eso mucho tiempo después se enterará que su víctima no murió– el disparo solo le había partido la mandíbula. En un charco de sangre otro hombre Horacio Di Chiano, está quiero pero vivo, aunque lo dan por muerto. Otros, Miguel Ángel Giunta, Norberto Gavino, Reynaldo Benavidez y Julio Troxler logran escapar.
Los policías se van, dejando –entre sangre y basura putrefacta- cinco cadáveres: Carlos Lizaso, estudiantes, 21 años; Nicolás Carranza obrero ferroviario; Francisco Garibotti obrero ferroviario; Mario Brión empleado de comercio y Vicente Rodríguez, portuario.
El día de su asesinato, viernes 20 de septiembre, Troxler salió de su casa en Florida a las 10 de la mañana. En el bar Murky de Avenida San Martín y Maipú charló con un amigo –Miguel Garaycochea, militante revolucionario, desaparecido vecino de Florida-, hasta las 11:30. Después ese mismo amigo lo llevó en su auto hasta la Avenida Figueroa Alcorta y Pampa, su intención era tomar el colectivo 130. Nunca se sabrá si llegó a hacerlo o no, allí se pierden sus rastros…
Cuarenta y cinco minutos más tarde en un laberinto de Barracas en el pasaje Rico al 700, junto al paredón del Ferrocarril Roca, ingresó un Peugeot 504 negro con cuatro hombres en su interior, tras avanzar unos 60 metros el vehículo se detuvo en medio de la calzada. Tres de sus ocupantes obligaron al cuarto a bajar y le ordenaron caminar hacia la calle Suárez, en el mismo sentido que circulaba el auto.
Troxler con las manos atadas a la espalda recorrió unos pocos metros y cayó herido por los disparos de una ráfaga de ametralladora accionada por uno de los tres hombres desde arriba del rodado, luego el coche avanzó lentamente, uno de los agresores bajó del Peugeot y le disparó cuatro balazos en la cabeza.
Se atribuyó el hecho criminal la Alianza Anticomunista Argentina – AAA – el comando envió a la prensa un comunicado con la foto del documento que habilitaba a Troxler a ingresar a la residencia del General Perón en la calle Gaspar Campos en Vicente López.
En el cementerio de Olivos donde descansan los restos del General Valle y los fusilados de junio de 1956, fue sepultado Julio Troxler; más de 3.000 personas asistieron al cortejo de un hombre cuya muerte estuvo postergada durante 18 años- La triple A pudo concretar lo que no hicieron las trágicas balas del basural de José León Suárez. El primer fusilamiento lo ordenó el Teniente Coronel Desiderio Fernández Suárez, el segundo José López Lega.
Por eso es un deber honrar y reconocer la memoria viva de un militante al cual no pudieron doblegar ni las cárceles ni el exilio, en el camino de la lucha para lograr hacer real los sueños de San Martín, Bolívar, Yrigoyen, Perón, Evita y el Che.
Julio Troxler con su ejemplo nos sigue guiando en la lucha diaria junto a nuestro pueblo, para lograr una patria justa, libre y soberana integrada con todos los pueblos de Latinoamérica.
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